Por más que el derecho a la búsqueda de la felicidad forme parte de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, todo aquel que por edad, sabiduría o gobierno sea consciente de que ni la lotería ni los Reyes Magos ni las editoriales independientes existen sabe que el deseo de ser feliz es una de las más dañinas armas de destrucción masiva. Y sin embargo nos preguntamos: ¿es posible no creer en el Paraíso cuando todo a tu alrededor es un Infierno? ¿Puede una hija adolescente sobrevivir a las ensoñaciones delirantes de una madre insatisfecha y a las enseñanzas de un padre empeñado en sostener las furias y las fobias de un trotskismo trasnochado? La adolescencia duele pero es quizá el único momento de la vida en que se está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias de lo que sea sin un ápice de culpa. Genoveva tiene dieciséis años, estudia en un colegio de monjas y vive, como ella dice, en el Culo del Mundo, en un pueblo de la Latinoamérica profunda donde la modernización está llegando de la mano del narcotráfico.
No le gusta lo que ve ni lo que toca, no le gusta la vida que tiene ni la que le espera. Y por eso, con una voz contradictoria, intensa, impúdica, impávida y casi amoral a fuerza de tanta inocencia que destila, nos cuenta sus secretos, sus anhelos y los claroscuros de una espiritualidad ingenua dispuesta a creer en lo que sea con tal de salir del aquí para llegar vaya uno a saber adónde.