COMO ES TENER EL CUERPO LLENO DE PELOS
El sentimiento de soledad es ajeno al lugar de origen. También a la especie. ¿Sufrían los dinosaurios de soledad? No me caben dudas. Tanto es así que para evitar quedarse solos unos pocos evolucionaron en gallos y gallinas. ALF, muy lejos de su planeta, Melmac, añorando la cotidianeidad con sus pares, se siente condenado a la soledad en la Tierra. Un monstruo que debe estar oculto de por vida en el garaje o la cocina para evitar ser descubierto por otros ojos. Lo distinto alerta y asusta. Asusta lo que no se conoce. El miedo es tramposo: otorga un porcentaje de impunidad para justificar hacer un posible daño. ¿Cómo proteger a un extraterrestre de los temores ajenos? El mundo de ALF tiene el tamaño de una casa de cinco ambientes. Él mira
por la ventana todo ese otro mundo al que no puede acceder. Como cuando uno observa por la noche los cráteres de la luna, delineando con la mirada la silueta de la mancha con forma de conejo. Yo también, de niña, espiaba por la ventana un mundo al que sentía no pertenecer. Nadie me ocultaba en la cocina; lo hacía por decisión propia.
Cuando ALF tenía 235 años, yo tenía seis. Él ya había atravesado varias vidas; yo recién empezaba la mía. Antes de que se estrelle contra la Tierra, el extraterrestre estudió odontología, asistió a la escuela por 122 años y hasta fue capitán del equipo de Bouillabaisseball, un deporte que se juega sobre hielo usando moluscos como pelotas. Yo apenas había iniciado segundo grado de la primaria, y sin embargo me sentía más parecida a él que a ningún compañero del colegio. Por dentro y también al pararme frente al espejo. No tenía un hocico con curvas ni lunares faciales, tampoco tres estómagos. Pero mi cuerpo de niña estaba recubierto de pelos. Un alfombrado de pies a cabeza. Eran las consecuencias de un tratamiento hormonal invasivo para frenar un crecimiento acelerado. No me había marchado de casa en una nave especial; no obstante, me sentía una extraña. Una forastera en mi propio planeta. Cuando mi cuerpo se volvió un asunto médico, me estrellé contra el techo de un garaje invisible. Así como la familia Tanner no sabía cómo explicar qué clase de cosa era ALF, yo no tenía idea qué responder a las preguntas que me hacían sobre mi llamativo pelaje. Cómo contestar algo que yo tampoco entendía. Solo encontré calma y comprensión en el cuerpo enano de ALF y su necesidad permanente de ocultarse. De protegerse de los interrogantes que puede lanzar una visita. Las preguntas muchas veces lastiman más que las respuestas.