No es novedad que el estilo ha caído en desgracia. Mientras la literatura (como siempre) viaja a velocidad crucero hacia un futuro cada vez más incierto donde asoma la pesadilla de su obsolescencia, nos limitamos a mirar para atrás, con una añoranza difícil de confesar, hacia un pasado no tan lejano en que la literatura se confundía con el estilo. Hablar de estilo hoy implica arriesgarse a ser tildado de anacrónico, a ser acusado de nostálgico o supersticioso. Y sin embargo, leyendo a Fabio Morábito la vigencia de la idea de estilo, la importancia vital de una simple coma o un adjetivo bien puesto, se nos aparece como una evidencia inmediata: el estilo entendido a la vez como máxima libertad y máximo rigor: el estilo como pensamiento y destino, destino de un pensamiento. Conocíamos a Fabio Morábito sobre todo por sus potentes poemas, donde ideas e imágenes danzan en concierto armonioso, y por los sorprendentes mecanismos de relojería de sus relatos. Los textos de El idioma materno combinan lo mejor de ambos y exigen ser leídos a la vez como poemas y como relatos, o como apuntes de una forma futura. Autobiografía literaria y bitácora de lectura, fábulas urbanas, microficciones del yo y poemas en prosa: de la cruza de todo ello, amalgamado por su estilo único, Morábito extrae pequeñas joyas nítidas, fascinantes ejercicios de autoficción e inteligencia que se leen en forma adictiva y ya no nos sueltan.