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por Almagro


El título de este libro se vuelve aún más sorprendente cuando uno se entera de que el autor fue un reconocido profesor de Estética en la Sorbona, filósofo riguroso que dedicó su vida al estudio de la obra artística, autor incluso de un célebre Vocabulario de estética. O sea, alguien que se toma muy en serio la palabra “arte”.
En este libro, fundado sobre investigaciones del comportamiento y la psicología animal, y pleno de fotografías que traducen el asombro del autor, el filósofo estricto se rinde ante la evidencia misteriosa de que la vida ha esparcido por todas partes, en todo tipo de seres vivos, los medios de la creación artística. La gaviota no podría remontar una corriente de aire sin una sensibilidad activa frente a la forma del ritmo. Los ruiseñores no podrían dialogar cantando para marcar sus territorios sin una intención espectacular. ¿Qué decir del lujo de la perfección formal que se da la avispa alfarera, que revisa y corrige su obra obsesivamente, sin ningún fin útil? Los perros no podrían jugar, ni los lobos mostrar sumisión, si no fueran capaces de imitar y de fingir.

 
Souriau aclara que no tiene ninguna intención antropomórfica. Pero que sí es bueno, al observar a los humanos, un poco de zoomorfismo. Hay que derribar el prejuicio de que los animales son máquinas ciegas y su contracara, que el ser humano es una criatura excepcional, amo del mundo y su destino, y cuya expresión más elevada y pura sería el arte. Finalmente, el baile de los adolescentes tímidos que inician torpemente un cortejo no demuestra mayor originalidad y consciencia de la belleza que las danzas de cortejo de las aves. Y las reuniones sociales entre humanos no despliegan mucha más inteligencia que las recepciones que organiza el pájaro pergolero después de haber adornado su hogar con piedritas y plumitas de colores.