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por Almagro

“Cuando dice que copiar es tocar (y lo dice tarde, cuando su libro ya se las ingenió para hechizarnos con la idea), Leticia Obeid hace por lo menos dos cosas. Recuerda (reivindica) la tradición más artesanal del copiar, su dimensión manual, muscular, motriz, tan vital para cualquier aprendizaje como para toda percepción de sí, todo autoconocimiento corporal. Pero también -es el mismo gesto, solo que proyectado a una escala mayor-recuerda hasta qué punto copiar, mucho más que replicarlo, establece un lazo con lo copiado, se roza con él, y en ese roce se liga y se anuda a él, de modo que la copia deja de ser la versión segunda, subalterna, parasitaria, del original, para convertirse en su aliada, quizás en su par.”

“Que la copia, ADN perverso, ubicuo, está ‘en todo’ (el aprendizaje de la lectoescritura, las danzas árabes, la falsificación de documentos de identidad, el karaoke, las razas de perros, el doblaje, los rituales espiritistas, las remakes, la estrategia con que ciertas estrellas pop buscan eludir los cepos que les impone la industria discográfica, etc.) es otra de las tesis que atraviesan este libro. Lo atraviesan, no lo centran. Y este es el otro arte de la Obeid ensayista, a la vez taimado y naíf, avieso y distraído: sin presión, sin tirones bruscos de riendas, lograr que nos preguntemos, a medida que la vamos leyendo: ¿qué está haciendo?, ¿insiste o se va por las ramas?, ¿habla siempre de lo mismo o siempre de otra cosa? Galería de copias se mueve entre esos dos límites, la repetición y la invención, sin que sepamos nunca bien dónde termina una y dónde empieza la otra, quién precede a quién, quién se alimenta de quién. ¿No es esa vacilación la gran potencia de la copia, al menos tal como la piensa y la escribe Obeid? ¿Copiar, copiar, copiar hasta equivocarse, pasarse de la línea, delirar, y que la piel se vuelva pergamino y el pelo un signo, por ejemplo, una coma?”

Alan Pauls