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por Almagro

¿Cómo se transmite el efecto de una obra? ¿Cómo se salta de un lenguaje a otro? ¿Cómo comunicamos lo que vemos y lo que las obras de arte nos generan?

Hay veces en que la reunión de textos dispersos es un descubrimiento, provoca un brillo y abre un espacio de algo que parecía no estar ahí. El tráfico entre el lenguaje visual y el teórico-literario que Eduardo Stupía ha estado practicando en los más diversos formatos y géneros es como un río amazónico que atraviesa pinturas, películas, libros, publicaciones, proyectos y amistades, y multiplica todas las referencias llevando al límite la voluptuosidad del pensamiento: las obras de Antonio Berni, Luis Felipe Noé, John Berger, Roberto Matta, Héctor Libertella, Xul Solar, Rosana Schoijett, Juan Pablo Renzi y Jorge Macchi -entre otros- llegan, hacen contacto, a través de un pasaje a lo literario que se debate entre la sustancia envenenada y el pensamiento como antídoto.

 

La estructura teórica que sostiene todo ese caudal y su propia producción artística aparecen en conversaciones con otros artistas y teóricos con los que despliega un sistema arborescente de ideas, práctico y perceptivo, que abarca desde el movimiento de la mano hasta una lectura política de la obra como misterio, y que incluye tópicos como el oficio, el arte moderno, la tecnología, las tentaciones del arte contemporáneo y los distintos tipos de espectadores.

Estos textos han estado filtrándose a lo largo de más de tres décadas y suben ahora a la superficie como una sola fuerza, exuberantes y agudos a la vez, porque Stupía pinta y piensa de la misma manera: como se debe, con todo el cuerpo.