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por Almagro

«Éramos una pareja abierta, es decir, políticamente correcta para la época. Ello significaba que estábamos dispuestos a permitir las relaciones paralelas de cada uno, con el acuerdo de que nada se realizara a espaldas de nadie. (…) Si bien la sociedad entera conspiraba contra el amor, la monogamia era la forma dominante de esa conspiración. Por lo tanto, queríamos abolir los celos y toda propiedad sobre los cuerpos. »

Publicada en 1989 y casi inhallable desde entonces, la primera novela de Osvaldo Baigorria consigna las peripecias eróticas y afectivas de una relación de pareja inspirada en las pulsiones libertarias de los años sesenta y setenta: un experimento conyugal no convencional, volcado a la liberación del deseo, la erradicación de la propiedad privada de los afectos y la lucha contra la familia monogámica.

La novela desanda el itinerario de una pareja abierta y nómade, fascinada con las mitologías contraculturales (la generación beat, la psicodelia, la literatura erótica de Henry Miller), y poseída por un deseo de fuga, en sus desplazamientos entre Buenos Aires, Oaxaca y Canadá. Intercambios de fluidos, fantasías onanistas, voyeurismo furtivo, ménage-à-trois, camas redondas: todas prácticas consagradas al éxtasis lúbrico y a la experimentación. Sin embargo, lejos de ser una apología del “amor libre”, el tono melancólico con el que se tiñe el final del relato funciona como un bálsamo para las heridas abiertas por el mal de amores y como una suerte de meditación sobre las ingenuas idealizaciones de la “revolución sexual”, acechadas por los celos y el fantasma del sida.

Los escenarios y personajes de Llévatela, amigo, por el bien de los tres exhalan también el aire viciado del underground porteño de los años 80, un clima de destape en contra de la cultura oficial y de la tibia “primavera democrática”, que resistía desde espacios como El Parakultural, la revista Cerdos & Peces y los recitales de Sumo. Con un ímpetu desbordante y gran destreza narrativa –que no escatima detalles libidinosos, ni buenas dosis de humor–, permanentemente al filo de la confesión íntima, Baigorria construye un texto adictivo, que sigue cautivando a los lectores incluso veinticinco años después de su publicación.

Martín Hendler