Hay comienzos en la literatura que contienen en pocas palabras todo el conflicto de una obra y su grandeza. Así empieza Los galgos, los galgos: «De mi padre heredé una casa, la mitad de un campo y algo de dinero. Lloré mucho esa muerte, pero no puedo decir que la herencia me tomara de sorpresa. Sentados en la luz del amanecer, hacia el fin del velorio, se me ocurrió decir a mi hermano que le cambiaba mi casa por su parte de campo y, como aceptó en seguida y tuve que firmar una cantidad de papeles, comprendí que había hecho mal negocio».
Son las palabras de Julián, protagonista y narrador de esta novela que bien puede leerse como una historia de amor y desamor, pero que es tantas otras cosas: un ensayo sobre el desgaste al que somete el tiempo nuestras convicciones, un comentario sutil sobre los usos y costumbres de una clase, sobre el peso de esos usos y costumbres sobre ciertas fantasías e insatisfacciones, una representación del campo y del mundo animal y vegetal como no hay otra en la literatura argentina.
Publicada por primera vez en 1968, Los galgos, los galgos ganó el Premio Municipal de Literatura y es considerada una obra mayor dentro de la extraordinaria producción de Sara Gallardo. Escrita en estado de gracia, atravesada por un melancólico sentido de la fatalidad, pero embebida de un humor inteligente y fino, esta es una novela que deja una huella indeleble, profunda admiración y eterna pena.